Terroríficamente asombroso
jueves, 20 de noviembre de 2014
sábado, 13 de septiembre de 2014
Detrás de la persiana americana: Cómo se compuso "Persiana americana", el hit de Soda Stereo (Matias Querol)
Soda Stereo en sus comienzos |
Dando por sentado que estamos en presencia de un fan que simpatiza más por las experiencias singulares que por los fríos números del rock, voy a revelar ciertas curiosidades sobre cómo fue el proceso de composición y grabación de uno de los discos más significativos para toda Latinoamérica. Estamos hablando de Signos (1986), del grupo argentino Soda Stereo. Precisamente a partir de éste, su tercer álbum, conquistaría los mercados de nuestros países.
La burbuja creativa de Soda
Cuentan las autoras del libro "Corazones en Llamas" (Ramos-Lejbowicz) que el líder del grupo Gustavo Cerati (1959-2014) tenía listo un único track terminado para su álbum que era "Persiana americana". Faltaba sólo una semana para entregar a la compañía discográfica los demos definitivos. Lo curioso es que, luego de una noche sin poder dormir, Cerati terminó todas las letras del álbum en horas, comenzando por la canción "Signos", y culminando con "Final caja negra".
Es sabido que en pocos casos Cerati interpretó temas de otros en la discografía de Soda. Uno de ellos se remonta a la edición de su primer álbum Soda Stereo (1984), en el que incluyó "Tratame suavemente" del músico y productor Daniel Melero. El otro caso se trata de "Persiana americana", el único track que estaba compuesto antes de la agitada noche que desembocaría en su gran inspiración.
Sociedad inesperada
Cerati compartió la composición del tema con Jorge Antonio Daffunchio, un joven fan de Soda Stereo desconocido en la época. Ese año Daffunchio participaba de un concurso de composición de letras de rock organizado por el suplemento de rock "SI" del diario argentino Clarín, y el programa radial "Submarino amarillo", ambos de la ciudad de Buenos Aires.
Daffunchio finalmente fue el ganador del concurso. Su letra llegó entonces a manos de Cerati quien no dudó un segundo en incluirla en su repertorio para la grabación de Signos. La letra de "Persiana americana" está basada en el film "Doble de cuerpo" del director Brian de Palma y describe notablemente con lujo de detalles una escena de voyeurismo. Un hombre observa a través de su ventana cómo una mujer se desviste en otro edificio y "sus ropas caen lentamente" detrás de su persiana americana.
El valor del arte
La anécdota que hoy comento (como un lado "B") acerca de la grabación y composición de Signos, y de la canción "Persiana americana", nos lleva a destacar lo indispensable que es para el rock, y para todo arte en general, que sus exponentes sigan entregándose por completo a la obra, mucho más que a estar pendientes de esa "tiranía" de los números que parecen arrebatarles lo más preciado: el vuelo creativo y el poder de la imaginación.
Es notable que, en este caso puntual, Gustavo Cerati como líder de Soda Stereo tuvo la sensibilidad suficiente para identificar la riqueza creativa de un joven anónimo, así como el compromiso y la entrega total con su música la noche de insomnio, cuando escribió de un tirón todas las letras de Signos que le faltaban. Por estas razones, y por muchas otras más que no alcanzarían a entrar en este artículo, la historia del rock en español le tiene reservado merecidamente un lugar destacado a Soda, como un gran movilizador de sentimientos, como el grupo que marcó fuertemente a más de una generación.
Les dejo la canción para aquellos que no la escucharon o sino para recordar viejos tiempos
Este post es un pequeño homenaje a la figura de Cerati, un maestro de la música.
Gustavo, GRACIAS TOTALES!!!!
Fuentes
Foto: http://es.wikipedia.org
Texto: http://rockenespañol.about.com
Etiquetas:
Argentina,
Canción,
Gustavo Cerati
miércoles, 12 de febrero de 2014
Asnos estúpidos (Isaac Asimov)
Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.
En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.
-Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!
-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
-Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
-Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?
El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.
-Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.
Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.
Escribió, pues: La Tierra.
-Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.
-De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
-Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-Bien, ese es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
-En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.
Naron se quedó atónito.
-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
-Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
-En su propio planeta, señor.
Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:
-¿En su propio planeta?
-Si, señor.
Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.
-¡Asnos estúpidos! -murmuró.
Resumen
Este breve cuento de Isaac Asimov es una amarga crítica al mal uso de la ciencia y de la tecnología por parte de la raza humana, ya que empleamos la técnica, en ocasiones, con fines destructivos y no constructivos, de manera poco inteligente, y somos nosotros mismos y nuestro planeta los que pagamos las consecuencias.
El relato nos refiere una conversación entre Naron, el "bibliotecario de la galaxia" y uno de sus emisarios, que le trae la noticia de que los habitantes del planeta Tierra ya dominan la energía termonuclear, avance que los convierte en un grupo maduro.
Sin embargo, los humanos, en lugar de utilizar esa tecnología para penetrar en el espacio y contactar con otras culturas, se dedican a realizar probaturas, explosiones, en su propio mundo, dañando su hábitat, lo que pone en cuestión no sólo su madurez, sino también su sentido común.
Fuentes
Foto: http://es.wikipedia.org
Texto: www.ciudadseva.com
Resumen: http://lecturaenbergondo.blogspot.com.ar
En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.
-Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!
-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
-Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
-Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?
El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.
-Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.
Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.
Escribió, pues: La Tierra.
-Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.
-De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
-Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-Bien, ese es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
-En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.
Naron se quedó atónito.
-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
-Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
-En su propio planeta, señor.
Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:
-¿En su propio planeta?
-Si, señor.
Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.
-¡Asnos estúpidos! -murmuró.
Resumen
Este breve cuento de Isaac Asimov es una amarga crítica al mal uso de la ciencia y de la tecnología por parte de la raza humana, ya que empleamos la técnica, en ocasiones, con fines destructivos y no constructivos, de manera poco inteligente, y somos nosotros mismos y nuestro planeta los que pagamos las consecuencias.
El relato nos refiere una conversación entre Naron, el "bibliotecario de la galaxia" y uno de sus emisarios, que le trae la noticia de que los habitantes del planeta Tierra ya dominan la energía termonuclear, avance que los convierte en un grupo maduro.
Sin embargo, los humanos, en lugar de utilizar esa tecnología para penetrar en el espacio y contactar con otras culturas, se dedican a realizar probaturas, explosiones, en su propio mundo, dañando su hábitat, lo que pone en cuestión no sólo su madurez, sino también su sentido común.
Fuentes
Foto: http://es.wikipedia.org
Texto: www.ciudadseva.com
Resumen: http://lecturaenbergondo.blogspot.com.ar
jueves, 23 de enero de 2014
Comercial Herbaria
Esta publicidad de té relajante es realmente terrorífica. La frase al final del spot es "Ahogar tus miedos (Drown your fears)".
miércoles, 15 de enero de 2014
El morfón (Juan Carlos Muñiz)
Espero que hayan tenido un buen comienzo de año. El siguiente cuento relata, a la perfección, ese jugador imperdible dentro de una cancha:
El amor por la pelota, en el caso del morfón, se trata de un amor enfermizo. Digno de los antiguos novelones, entre cuyos protagonistas se daba una simbiosis que impedía la existencia del uno sin el otro. Este personaje, infaltable en cualquier picado, sufre (aunque en realidad, goza) de un Edipo incurable. Y ciertamente, en tren de encontrar justificaciones, uno podría admitir que entre un vientre materno y una número cinco bien inflada existen no pocos puntos de contacto. El cuero tirante, terso, semeja una panza entrando al octavo mes. La cámara vendría a ser el útero, mientras que el pico por donde se insufla el aire haría las veces de cordón umbilical. Sólo que, en este caso, el que patea está del lado de afuera. Debe ser por eso que el morfón patea muy rara vez.
Él prefiere transportar el vientre-balón, pisarlo, amasarlo, sobarlo. Una finta sigue a otra y un enganche es sólo preludio del siguiente. No interesa si ha quedado el defensor descolocado y tiene todo el arco a su disposición; el morfón prefiere esperarlo y enganchar para el lado opuesto en un regate impráctico, hasta ser inexorablemente rodeado y despojado de su entrañable instrumento. Pero patear, nunca. Porque en realidad su dicha reside en tener la pelota, no en desprenderse de ella.
No le hablen de ocupar los espacios vacíos o arrastrar las marcas. Eso de "jugar sin pelota" no ha sido inventado para él. Sus compañeros son apenas parte del decorado, o a lo sumo pretexto para el amague simulando una descarga que no se producirá.
El morfón juega más solo que nadie. Ya que si bien se puede considerar que en un picado cada uno edifica su propia gloria, mal que bien un resto de compañerismo y espíritu de equipo anida en casi todos.
Pero no en el morfón, que se pasa por el quinto forro las nociones básicas del juego asociado. O, en todo caso, considera que la sociedad más rendidora es la que él establece con la pelota. Inútil es pedírsela, silbarle, batir palmas o insultarlo. Inútil es picar al vacio, hacer la diagonal u ofrecerse para la descarga, porque él no dará el pase. Es ciego y sordo. Sus ojos, clavados en el piso, siguen hipnotizados con los brincos de la pelota. Está encadenado a ella como un presidiario a su bocha de hierro. Cuando la transporta, va atravesando una lluvia de inútiles reclamos: "¡Tocala!", "¡Tomá y andate!", "¡Pasala!", "¡Tirá el centro!", "¡Largala, morfón", "¡Por qué no te vas a la puta que te parió!"... Sólo muy de vez en cuando y ante una evidencia flagrante de egoísmo o capricho, el ejemplar se digna a ensayar una excusa, generalmente inconsciente, del orden de "no te ví" o "no te la podía dar, me estaban marcando".
Pero, por lo general, el morfón es inmutable; un muro blindado contra el que se estrellan denuestos, alaridos y protestas sin hacer mella. Y aunque comúnmente se trata de gente con buen dominio del balón, ser morfón no depende exclusivamente de ello.
Hay morfones con altísimo porcentaje de gambetas fallidas, pura ceguera y obstinación. Esos son los peores, porque a su falta de técnica le añaden falta de inteligencia. Y esas dos faltas juntas son -paradójicamente- demasiado. En descargo del personaje se podría argumentar que para ser un morfón con todas las de la ley se necesita temple. Es menester una personalidad con la autoestima bien afirmada, para soportar la andanada de insultos y reclamos; pero también una buena cuota de coraje para enfrentar al arquero y gambetearlo una vez más después de haberlo dejado pagando unas cuantas veces.
Elocuente resulta la placa que, en un baldío ya poco frecuentado, anuncia con sencillos caracteres: "Aquí yace el morfón de Néstor Cañito Rivarola. Merecido lo tenía".
Fuente: http://fernandomurano.blogspot.com.ar
El amor por la pelota, en el caso del morfón, se trata de un amor enfermizo. Digno de los antiguos novelones, entre cuyos protagonistas se daba una simbiosis que impedía la existencia del uno sin el otro. Este personaje, infaltable en cualquier picado, sufre (aunque en realidad, goza) de un Edipo incurable. Y ciertamente, en tren de encontrar justificaciones, uno podría admitir que entre un vientre materno y una número cinco bien inflada existen no pocos puntos de contacto. El cuero tirante, terso, semeja una panza entrando al octavo mes. La cámara vendría a ser el útero, mientras que el pico por donde se insufla el aire haría las veces de cordón umbilical. Sólo que, en este caso, el que patea está del lado de afuera. Debe ser por eso que el morfón patea muy rara vez.
Él prefiere transportar el vientre-balón, pisarlo, amasarlo, sobarlo. Una finta sigue a otra y un enganche es sólo preludio del siguiente. No interesa si ha quedado el defensor descolocado y tiene todo el arco a su disposición; el morfón prefiere esperarlo y enganchar para el lado opuesto en un regate impráctico, hasta ser inexorablemente rodeado y despojado de su entrañable instrumento. Pero patear, nunca. Porque en realidad su dicha reside en tener la pelota, no en desprenderse de ella.
No le hablen de ocupar los espacios vacíos o arrastrar las marcas. Eso de "jugar sin pelota" no ha sido inventado para él. Sus compañeros son apenas parte del decorado, o a lo sumo pretexto para el amague simulando una descarga que no se producirá.
El morfón juega más solo que nadie. Ya que si bien se puede considerar que en un picado cada uno edifica su propia gloria, mal que bien un resto de compañerismo y espíritu de equipo anida en casi todos.
Pero no en el morfón, que se pasa por el quinto forro las nociones básicas del juego asociado. O, en todo caso, considera que la sociedad más rendidora es la que él establece con la pelota. Inútil es pedírsela, silbarle, batir palmas o insultarlo. Inútil es picar al vacio, hacer la diagonal u ofrecerse para la descarga, porque él no dará el pase. Es ciego y sordo. Sus ojos, clavados en el piso, siguen hipnotizados con los brincos de la pelota. Está encadenado a ella como un presidiario a su bocha de hierro. Cuando la transporta, va atravesando una lluvia de inútiles reclamos: "¡Tocala!", "¡Tomá y andate!", "¡Pasala!", "¡Tirá el centro!", "¡Largala, morfón", "¡Por qué no te vas a la puta que te parió!"... Sólo muy de vez en cuando y ante una evidencia flagrante de egoísmo o capricho, el ejemplar se digna a ensayar una excusa, generalmente inconsciente, del orden de "no te ví" o "no te la podía dar, me estaban marcando".
Pero, por lo general, el morfón es inmutable; un muro blindado contra el que se estrellan denuestos, alaridos y protestas sin hacer mella. Y aunque comúnmente se trata de gente con buen dominio del balón, ser morfón no depende exclusivamente de ello.
Hay morfones con altísimo porcentaje de gambetas fallidas, pura ceguera y obstinación. Esos son los peores, porque a su falta de técnica le añaden falta de inteligencia. Y esas dos faltas juntas son -paradójicamente- demasiado. En descargo del personaje se podría argumentar que para ser un morfón con todas las de la ley se necesita temple. Es menester una personalidad con la autoestima bien afirmada, para soportar la andanada de insultos y reclamos; pero también una buena cuota de coraje para enfrentar al arquero y gambetearlo una vez más después de haberlo dejado pagando unas cuantas veces.
Elocuente resulta la placa que, en un baldío ya poco frecuentado, anuncia con sencillos caracteres: "Aquí yace el morfón de Néstor Cañito Rivarola. Merecido lo tenía".
Fuente: http://fernandomurano.blogspot.com.ar
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