Esta publicidad de té relajante es realmente terrorífica. La frase al final del spot es "Ahogar tus miedos (Drown your fears)".
jueves, 23 de enero de 2014
miércoles, 15 de enero de 2014
El morfón (Juan Carlos Muñiz)
Espero que hayan tenido un buen comienzo de año. El siguiente cuento relata, a la perfección, ese jugador imperdible dentro de una cancha:
El amor por la pelota, en el caso del morfón, se trata de un amor enfermizo. Digno de los antiguos novelones, entre cuyos protagonistas se daba una simbiosis que impedía la existencia del uno sin el otro. Este personaje, infaltable en cualquier picado, sufre (aunque en realidad, goza) de un Edipo incurable. Y ciertamente, en tren de encontrar justificaciones, uno podría admitir que entre un vientre materno y una número cinco bien inflada existen no pocos puntos de contacto. El cuero tirante, terso, semeja una panza entrando al octavo mes. La cámara vendría a ser el útero, mientras que el pico por donde se insufla el aire haría las veces de cordón umbilical. Sólo que, en este caso, el que patea está del lado de afuera. Debe ser por eso que el morfón patea muy rara vez.
Él prefiere transportar el vientre-balón, pisarlo, amasarlo, sobarlo. Una finta sigue a otra y un enganche es sólo preludio del siguiente. No interesa si ha quedado el defensor descolocado y tiene todo el arco a su disposición; el morfón prefiere esperarlo y enganchar para el lado opuesto en un regate impráctico, hasta ser inexorablemente rodeado y despojado de su entrañable instrumento. Pero patear, nunca. Porque en realidad su dicha reside en tener la pelota, no en desprenderse de ella.
No le hablen de ocupar los espacios vacíos o arrastrar las marcas. Eso de "jugar sin pelota" no ha sido inventado para él. Sus compañeros son apenas parte del decorado, o a lo sumo pretexto para el amague simulando una descarga que no se producirá.
El morfón juega más solo que nadie. Ya que si bien se puede considerar que en un picado cada uno edifica su propia gloria, mal que bien un resto de compañerismo y espíritu de equipo anida en casi todos.
Pero no en el morfón, que se pasa por el quinto forro las nociones básicas del juego asociado. O, en todo caso, considera que la sociedad más rendidora es la que él establece con la pelota. Inútil es pedírsela, silbarle, batir palmas o insultarlo. Inútil es picar al vacio, hacer la diagonal u ofrecerse para la descarga, porque él no dará el pase. Es ciego y sordo. Sus ojos, clavados en el piso, siguen hipnotizados con los brincos de la pelota. Está encadenado a ella como un presidiario a su bocha de hierro. Cuando la transporta, va atravesando una lluvia de inútiles reclamos: "¡Tocala!", "¡Tomá y andate!", "¡Pasala!", "¡Tirá el centro!", "¡Largala, morfón", "¡Por qué no te vas a la puta que te parió!"... Sólo muy de vez en cuando y ante una evidencia flagrante de egoísmo o capricho, el ejemplar se digna a ensayar una excusa, generalmente inconsciente, del orden de "no te ví" o "no te la podía dar, me estaban marcando".
Pero, por lo general, el morfón es inmutable; un muro blindado contra el que se estrellan denuestos, alaridos y protestas sin hacer mella. Y aunque comúnmente se trata de gente con buen dominio del balón, ser morfón no depende exclusivamente de ello.
Hay morfones con altísimo porcentaje de gambetas fallidas, pura ceguera y obstinación. Esos son los peores, porque a su falta de técnica le añaden falta de inteligencia. Y esas dos faltas juntas son -paradójicamente- demasiado. En descargo del personaje se podría argumentar que para ser un morfón con todas las de la ley se necesita temple. Es menester una personalidad con la autoestima bien afirmada, para soportar la andanada de insultos y reclamos; pero también una buena cuota de coraje para enfrentar al arquero y gambetearlo una vez más después de haberlo dejado pagando unas cuantas veces.
Elocuente resulta la placa que, en un baldío ya poco frecuentado, anuncia con sencillos caracteres: "Aquí yace el morfón de Néstor Cañito Rivarola. Merecido lo tenía".
Fuente: http://fernandomurano.blogspot.com.ar
El amor por la pelota, en el caso del morfón, se trata de un amor enfermizo. Digno de los antiguos novelones, entre cuyos protagonistas se daba una simbiosis que impedía la existencia del uno sin el otro. Este personaje, infaltable en cualquier picado, sufre (aunque en realidad, goza) de un Edipo incurable. Y ciertamente, en tren de encontrar justificaciones, uno podría admitir que entre un vientre materno y una número cinco bien inflada existen no pocos puntos de contacto. El cuero tirante, terso, semeja una panza entrando al octavo mes. La cámara vendría a ser el útero, mientras que el pico por donde se insufla el aire haría las veces de cordón umbilical. Sólo que, en este caso, el que patea está del lado de afuera. Debe ser por eso que el morfón patea muy rara vez.
Él prefiere transportar el vientre-balón, pisarlo, amasarlo, sobarlo. Una finta sigue a otra y un enganche es sólo preludio del siguiente. No interesa si ha quedado el defensor descolocado y tiene todo el arco a su disposición; el morfón prefiere esperarlo y enganchar para el lado opuesto en un regate impráctico, hasta ser inexorablemente rodeado y despojado de su entrañable instrumento. Pero patear, nunca. Porque en realidad su dicha reside en tener la pelota, no en desprenderse de ella.
No le hablen de ocupar los espacios vacíos o arrastrar las marcas. Eso de "jugar sin pelota" no ha sido inventado para él. Sus compañeros son apenas parte del decorado, o a lo sumo pretexto para el amague simulando una descarga que no se producirá.
El morfón juega más solo que nadie. Ya que si bien se puede considerar que en un picado cada uno edifica su propia gloria, mal que bien un resto de compañerismo y espíritu de equipo anida en casi todos.
Pero no en el morfón, que se pasa por el quinto forro las nociones básicas del juego asociado. O, en todo caso, considera que la sociedad más rendidora es la que él establece con la pelota. Inútil es pedírsela, silbarle, batir palmas o insultarlo. Inútil es picar al vacio, hacer la diagonal u ofrecerse para la descarga, porque él no dará el pase. Es ciego y sordo. Sus ojos, clavados en el piso, siguen hipnotizados con los brincos de la pelota. Está encadenado a ella como un presidiario a su bocha de hierro. Cuando la transporta, va atravesando una lluvia de inútiles reclamos: "¡Tocala!", "¡Tomá y andate!", "¡Pasala!", "¡Tirá el centro!", "¡Largala, morfón", "¡Por qué no te vas a la puta que te parió!"... Sólo muy de vez en cuando y ante una evidencia flagrante de egoísmo o capricho, el ejemplar se digna a ensayar una excusa, generalmente inconsciente, del orden de "no te ví" o "no te la podía dar, me estaban marcando".
Pero, por lo general, el morfón es inmutable; un muro blindado contra el que se estrellan denuestos, alaridos y protestas sin hacer mella. Y aunque comúnmente se trata de gente con buen dominio del balón, ser morfón no depende exclusivamente de ello.
Hay morfones con altísimo porcentaje de gambetas fallidas, pura ceguera y obstinación. Esos son los peores, porque a su falta de técnica le añaden falta de inteligencia. Y esas dos faltas juntas son -paradójicamente- demasiado. En descargo del personaje se podría argumentar que para ser un morfón con todas las de la ley se necesita temple. Es menester una personalidad con la autoestima bien afirmada, para soportar la andanada de insultos y reclamos; pero también una buena cuota de coraje para enfrentar al arquero y gambetearlo una vez más después de haberlo dejado pagando unas cuantas veces.
Elocuente resulta la placa que, en un baldío ya poco frecuentado, anuncia con sencillos caracteres: "Aquí yace el morfón de Néstor Cañito Rivarola. Merecido lo tenía".
Fuente: http://fernandomurano.blogspot.com.ar
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