lunes, 14 de mayo de 2012

Soriano: Un jugador incansable dentro de la cancha


Nacido en Mar Del Plata en 1943, hijo único de un ama de casa y un técnico electrónico empleado como inspector en Obras Sanitarias, Soriano tuvo su primer contacto con la literatura alrededor de los veinte años. En su hogar no había biblioteca. Los libros que leía su padre eran técnicos. Una sola excepción en esa infancia despoblada de ficciones despertaría, de una vez por todas, su vocación literaria: las historietas que llegaban en tren, una vez por semana, desde Buenos Aires al interior de la provincia.

Soñando con transformarse en un as del fútbol, paseo su niñez de pueblo en pueblo por todo el país, al ritmo que los cambios de destino le imponían al trabajo de su padre. De la polvareda de esos pueblitos, de sus hoteluchos destartalados y sus estaciones de servicio semiabandonadas surgirían, después, los escenarios de la mayoría de sus ficciones. Cuando, a los veintiséis años, dejó la casa de sus padres, en Tandil, para instalarse en Buenos Aires como redactor de Primera Plana, la actividad periodística, que practicó hasta el final de sus días, iba a ser sólo un primer paso en el mundo de las letras. Ya abandonado el sueño de consagrarse gracias a la habilidad de sus pies (aunque nunca dejó de sufrir y alegrarse, con su amado San Lorenzo), devoró cuanto libro caía en sus manos. Había interrumpido sus estudios secundarios en tercer año y tenía la certeza de que ningún conocimiento que pudiera adquirir en su formación autodidacta resultaría inútil. El tiempo le daría la razón. Triste, solitario y final, su primera novela, escrita en 1976, fue el resultado de su enorme lectura acerca de Stan Laurel, Oliver Hardy (el gordo y el flaco) y Philip Marlowe (detective privado ficticio, creado por el escritor Raymond Chandler). Esos conocimientos, aparentemente conocidos por todos, le permitieron lograr su primer gran éxito de ventas, y marcaron a fuego el perfíl de su carrera: Soriano construyó el éxito editorial de sus libros sobre una obra humilde, de gran valor literario.

Durante la última dictadura en Argentina, cuando aún no era un escritor conocido, sobrevivió en Europa, donde conoció a Catherine, su esposa y madre de su hijo. Más tarde, en París, coeditó con Julio Cortázar la revista mensual Sin Censura.

De su paso por las redacciones de La Opinión, Confirmado y Página 12 han quedado testimonios memorables, algunos reunidos en libros como Artistas, locos y criminales (1983), que recopila sus mejores artículos publicados en La Opinión entre 1972 y 1974, y constituye una lección magistral de periodismo. El prólogo de ese libro es un retrato fiel de su personalidad. Allí glorifica su inclinación a la pereza. Faltaban apenas unos años para que se convirtiera en uno de los escritores argentinos más leídos, queridos en nuestro país, y uno de los pocos cuyos libros agotan ediciones en Europa.

Osvaldo Soriano muere el 29 de Enero de 1997 en Buenos Aires, víctima de un cáncer de pulmón. Fue sepultado en el cementerio de la Chacarita. A través de su pluma, legó un mundo de extraños perdedores pueblerinos y de inolvidables historias tristes, los guiones cotidianos de la gente común que algunos pasan por alto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario